jueves, 10 de diciembre de 2009

El roble y el limón


Robusto, de raíces profundas, de porte elegante, ligeramente doblegado por los años o la enfermedad, de actitud positiva ante la vida, aunque sobrepasa los setenta. No crea usted que discurriremos sobre caracterizaciones de estas dos especies vegetales; el roble al que me refiero tiene por nombre Oliva Williams y pertenece a esa generación de hombres y mujeres que aprendieron a amar este suelo a fuerza de recorrerlo, desde que el destino -o la sequía- los trajeran por estos lares. Quizá, amable lector, se preguntará la relación que existe entre el roble y el limón. Bueno... resulta que este roble no se conforma con la idea de vegetar, lucha por seguir sirviendo y sobre todo lucha para que la vida de su descendencia sea mejor -en el verdadero sentido de la palabra- ...Y es aquí donde entra en escena el limón o mejor dicho el vivero de limón. Ese vivero que Don Oliva riega cada mañana con amor, con ese amor que sólo sienten quienes han vivido en contacto con la naturaleza, que conocen los secretos para hacer producir la tierra, que se emocionan al descubrir un brote tierno que con cuidado y paciencia se convertirá en una planta que nos dará -quizá cuando él ya no esté- un sabroso fruto, un poco de sombra o algunos centímetros cúbicos de oxígeno. Y precisamente es ese generoso espiritu de agricultor el que lo motiva a regar y a cuidar sus limones, y a imaginarlos jugosos y refrescantes, con el inigualable olor cítrico que penetra en el alma. Curiosamente cuando empezó con esta labor que sosiega su existencia dijo: "Si no los vendo, los regalo; pero lo voy a hacer" y puso manos a la obra, tierra en las funditas y semillas a nacer. ¡Ojalá usted que seguramente tiene menos años que él pero igual amor por la naturaleza -de no ser así, ya se habría ido de este sitio- inicie muy pronto alguna actividad que beneficie su medio ambiente!.

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